15 marzo 2012

Hay que pararse



Quietud

Sergio Fernández Salvador

La Isla de Siltolá, 2011. Colección "Vela de gavia"

ISBN: 978-84-15039-75-4

96 páginas

12 €



Rafael Suárez Plácido

Nos sorprende la cita de Aristóteles que justifica, en parte, el título del libro: “Hay que pararse.” Siempre hemos achacado a los primeros libros de algunos poetas esas prisas. Por otra parte, la cita está incompleta: ¿para qué hay que pararse? ¿Para contemplar el mundo que nos rodea? ¿Para contemplar nuestros primeros años vividos con algo más de perspectiva? ¿Para reflexionar y entender mejor lo que estamos tratando de decir? No, la cita no está incompleta. Las tres respuestas son válidas y se corresponden con cada una de las partes en las que se divide el libro, cada una de ellas es la continuación de la cita de Aristóteles.

Pero antes tenemos un acierto, unos primeros versos, los primeros que publica el autor a sus treinta y seis años, que nos ponen en guardia: “Con ese olor a pólvora / y ese falso silencio que sucede / a la detonación,…” La detonación se ha producido nada más abrir las páginas del libro y ya olemos la pólvora. Es el único poema que está fuera de esas tres partes mencionadas: un acierto, porque nos va a empujar a seguir leyendo. E insistimos en esto, porque este poema bien podría haber estado en la tercera parte del libro: “Elegías”.

La primera parte se titula “Clamores” y sí, son muestras de entusiasmo ante la naturaleza que rodea al poeta. Algunas postales o imágenes que asombran al autor de estos versos. Quietud es el primer libro de Sergio Fernández Salvador y esto no deja de notarse. Es bueno que se note. Un primer poemario siempre nos dice mucho del poeta que aún no ha encontrado las máscaras con las que desea mostrarse. De momento, sus máscaras son las que son, lo que siempre le ha asombrado: la nieve en un pueblo de Burgos, la imagen de Castilla que tiene mucho de Unamuno, de quien también nos ofrece algunas citas a lo largo del libro –directas o más ocultas-, o una imagen del cielo nocturno que contempla desde su ventana y que le ha enseñado “…que no existen / dos silencios iguales.” Esos silencios suponen otro de sus temas. El silencio es el lugar del creador, porque sólo desde él se puede aspirar a logar ese estado: la quietud. Las correspondencias entre la naturaleza y la escritura se hacen más evidentes en “Larus Michahellis”: aquí no son albatros, sino gaviotas las que le ofrecen esa correspondencia que recoge en el verso final: “La sombra de su vuelo en esta página.”

Hay poemas, en esta primera parte, en los que advertimos que estamos ante un primer libro: una lucha en la que el autor se sumerge en ese mundo y lo hace usando imágenes hermosas pero, eso sí, algo gastadas: mareas que van y vienen, un nombre de mujer “que me quema los labios”. Uno se identifica, cuando ve un muy buen primer libro, más con los deslices que con los aciertos. Y lo cierto es que son muchos los aciertos. Y se sustentan en dos aspectos esenciales: la poesía es música, el ritmo se sostiene en prácticamente todos los poemas, las palabras han sido cuidadosamente escogidas, y hay un afán por comprender las claves de la poesía, que son las mismas de la vida.

La segunda parte es “La educación sentimental”, quizá la menos conseguida del libro, pero es el tributo que todo poeta que hable de sí mismo tiene que pagar. En el poema “Relatividad” vuelve a mostrarse esa correspondencia entre poesía y paisaje o vida o viaje. En el tren es posible hallar esa quietud necesaria para vivir y que, ya lo sabemos, también necesitamos para escribir. Sólo en esa quietud puede contemplar que sea “el papel –inmóviles / mano y pluma- quien caprichoso dicta / con arbitrario curso…”. Es la idea del trance, del poeta como médium entre la naturaleza y el poema. Esta educación sentimental concluye con el nacimiento del hijo, con todo lo que ello conlleva: “Hoy mejor te comprendo, padre, incondicional / abrigo de la sangre…”

La tercera parte se titula “Elegías” y comienza con dos poemas que profundizan en su asombro, marcado por cierta tristeza, por la dificultad de escribir lo que se desea. Sus reflexiones están más logradas que sus imágenes. Así lo vemos en “Per se”, donde da con las claves de lo que en su opinión es la poesía: “¿Y si fuera el poema simplemente / dar noticia cabal del mundo, levantar / acta fiel de esta tarde…?” Quizás el poema que más nos ha calado es “Mirlo en el jardín”, una vuelta de tuerca al tema de la escritura que aquí vuelve a emparentarse con la naturaleza, pero también, como novedad, con el sueño. Hemos pensado, creo que era inevitable, en el ruiseñor de Coleridge. Un primer libro ofrece poemas de épocas diversas. Volvemos sobre nuestros pasos y entendemos que hay cierta conexión entre “Larus Michahellis” y este último que debe ser posterior en el tiempo. No sólo eso: también será un adelanto de lo que nos espera en futuras entregas del poeta leonés, un poeta que avanza desde la quietud, desde este primer libro primorosamente cuidado por La Isla de Siltolá hacia el mundo.

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